06 julio 2012

Por conocer a cuantos se marginan...

La encontré marginada, en aquel rincón de su cerebro entremetida entre colchones y almohadas. Su mente se expandía por extremos paralelos que tenían una lógica irreversible. Colores desde fluorescentes hasta azules, verdes y negros oscuros. Nada y todo. El blanco es lo que no solía abundar. Le gustaba pensar y pensar y dar vueltas manteniéndose en su esquinita. Vivía bajo el agua como un pez, entre las nubes como un pájaro, intentando vivir del aire, pero necesitaba más, necesitaba su alegría. Obsesionada por la angustia de la incertidumbre intentaba no callarse nada de lo que pasaba por su esquizoide cabeza, y así le iba. Una guitarra que no paraba de tocar su fondo eléctrico. Ella quería romper barreras cada día y no se daba cuenta de que necesitaba las malditas alas para volar, aquellas que vio por primera vez cuando era pequeña en aquel dragón que guiaba a un hada hasta el reino de su imaginación. La aurora, el amanecer, el anochecer, esos colores tan logrados que le invaden día y noche, que le permiten ausentarse hasta su muerte de esta sucia realidad. Y se dio cuenta de que no necesitaba a nadie más, que ella sola se evadía y podía no crecer. Se fijó en su antinaturalismo y anormalidad, para ella un gran progreso, como si de un unicornio se tratase, una especie de ciervo de belleza perfecta para los ojos de unos pocos que podía caminar libremente bajo el bosque protegido por espíritus de la noche: La luna. Ella... allí permanecía aún, y sabía que habría momentos en los que debería dejarse llevar por la sociedad, y no quería, y todos los días terminaba anocheciendo, fuera y dentro. Ese anochecer triste donde la realidad supera la ficción, donde la verdad supera a la imaginación, donde los pensamientos superan las alegrías, donde se imponen esos colores que tanto me gustan, trompeta triste de balada. Verde oscuro fuego, azul oscuro noche, estrellas blanco sin comprender, negro sombras. Evadiéndome  en la mañana, escondiéndome al medio día, aparentando por las tardes y llorando por las noches: rutina cíclica que no lleva al caos. Como te extraño... dichosa locura. Te fuistes a otra ciudad y cambiastes de país. Los elfos te hablan con sus lenguas extrañas y yo quiero aprender contigo, tener tus orejas y tu belleza, tu eternidad. Y tú me hablas todos los días, y me dices que se quiere lo que no se tiene y yo siempre he pensado que si me conformo con lo que tengo me aburriré y la razón vuelve a hablar, esa que se quedó: la ignorancia de la dependencia y el miedo a lo contrario, la angustia por la que luchas y la muerte en tu esquina.

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